sábado, 1 de diciembre de 2012

LA COMUNICACIÓN


La comunicación es esencial en nuestras relaciones con los demás, y es fundamental trabajar aspectos como la autoestima y el autocontrol, para que en determinadas situaciones logremos conservar la calma y adoptar una postura imparcial, que nos ayude a no prejuzgar a los demás y a ponernos en el papel del otro, empatizando así con los que nos rodean, y poder decir a alguien de una manera asertiva cuándo nos ha molestado, es decir, con sinceridad, sin intención de hacerle daño, viendo así las cosas desde un punto de vista más optimista.
Esto es un hábito que se adquiere con la práctica. Por eso, aunque la sociedad invite más bien a lo contrario, debemos ser valientes y hacernos oir, por mucho miedo o vergüenza que tengamos, protestando ante las injusticias que se cometen en nuestro entorno.
Sé que esto es algo difícil, pero por eso debemos esforzarnos y perseverar en el intento.
Estas personas suelen ser altruistas, y son una fuente rebosante de paz y amor, que son ingredientes fundamentales para el desarrollo de nuestra felicidad.
Se ha visto la importancia de comunicarse con asertividad, pues cuando uno se queja de la situación en lugar de criticar a la persona, la hace sentir menos culpable, pues las situaciones son fáciles de cambiar (en comparación con las personas), en cambio, los rasgos de nuestra personalidad son mucho más difíciles de cambiarlos, y por eso cuando se critica a la persona se la hace sentir más agobiada y triste, porque se siente impotente.
Ojo, no es lo mismo una critica destructiva, en la que se pone a parir al otro sin proponer soluciones, que una crítica constructiva, en la que se critica más la situación y además se proponen soluciones.
A veces no nos damos cuenta de cómo hablamos a alguien, por lo que una señal que puede ayudarnos es ver cómo la otra persona nos evita la mirada (se siente agobiado y quiere escapar de esa situación), si cambia de postura constantemente (se cruza de brazos, se rasca la oreja…), pues quiere distraerse como sea; o si tensa sus músculos, como si el enfado lo estuviera predisponiendo a una pelea, y su respiración se hace más marcada, para escuchar con más atención un posible ataque.
Si se ve alguno de estos rasgos, lo mejor es hacer una pausa, y hablar en otro momento, cuando el ambiente esté más calmado. Es mejor no echar más leña al fuego, porque en vez de apagarlo, lo que conseguirás es aliviarlo, mejor es no darle oxígeno para así calmarlo.

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